jueves, 1 de diciembre de 2011

DERRUMBE

Se cae a pedazos el balcón que nos oyó cantar al amanecer a pleno pulmón, ojerosas y aún borrachas. Se cae a pedazos la cocina donde aprendí a hacer buñuelos sin agujero, donde siempre huele a café y tostadas  por las mañanas. Se cae a pedazos el trastero que se quedó casi vacío cuando nos obligaron a hacer limpieza de juguetes, antes lleno de castillos y camiones. Se cae a pedazos la ventana a la que me asomaba siempre al oír su voz; también la ventana por la que entrábamos cuando nos olvidábamos las llaves y era demasiado tarde como para llamar. Se caen a pedazos las tejas desde las que observaba la montaña, dónde aprendí que podía ser feliz con muy poco (y algo de verde). Se caen a pedazos las escaleras que me hicieron caer tantas veces, las que han sido motivo de tantas risas. Se cae a pedazos el garaje que me vio aprender a montar en bicicleta, a tener un mínimo control del balón y a jugar a las muñecas con el enano. También se cae a pedazos el jazminero que tantos broches le proporcionó a mi abuela, la “zona de baño” a manguerazos de agua helada (incluso en Agosto) y las baldosas donde aprendí a pelar almendras recién “cogidas” de algún campo. Se cae a pedazos nuestra habitación, las cuatro paredes que más secretos me guardan, los millones de recuerdos en cada rincón.

Y yo me acuerdo de “la roja” (con acento cerrado de pueblo) hace años, diciéndome que teníamos que encontrar maridos ricos que no permitieran que esa casa y las partes de nosotras que habitan en ella, se vinieran abajo.
Pero no los hemos encontrado aún y por desgracia, el derrumbe es inminente y los recuerdos y las buenas intenciones no están a precio de oro. 
 

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