domingo, 22 de septiembre de 2013

Despedidas

Las lágrimas me recorren las mejillas y no entiendo porqué. Estoy en el tanatorio. He venido a despedirme. Miro a mi izquierda y llevo cogida del brazo a una de las personas que más quiero en este mundo. Encorvada, arrugada y endolorida, ella no llora. Se ha ido otro de los suyos, parte de su historia. Todos le aconsejan que se siente y descanse, a los 82 una ya no está para pasar muchas horas de pie, y menos cuando es evidente que las piernas no paran de temblarle. Pero dice que está bien, que con mi ayuda tiene suficiente. De repente se escucha el sonido de un violín, y ella empieza a llorar. Con los ojos hinchados y enrojecidos, intentando esconder la profunda tristeza que le recorre por dentro, me mira y me dice que con la música no puede. Y yo la cojo fuerte de la mano y deseo con todas mis fuerzas que ella no se vaya nunca.

Había llegado a creer que no recordaba cómo llorar.